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#Crisis y pérdidas, podemos realmente sacar algún aprendizaje vital de las mismas,


La angustia como reverso. La sabiduría popular nos dice: “de toda experiencia se pueden extraer aprendizajes”, si bien a veces el dolor o la anestesia afectiva es tan grande, nos preguntamos, ¿cómo sacar de una situación que nos provoca estos efectos, algún aprendizaje? Te propongo en este artículo, desgranar algunos elementos que quizás te proporcionen cierta perspectiva ante las innegables pérdidas que ha supuesto esta crisis y en la cual aún seguimos, que a algunas personas ha podido ser un disparador de un sentimiento de angustia, que vá más allá de la ansiedad y la tristeza naturales de la pérdida, convirtiendo la misma en algunos casos en patológica.

Un Artículo de: Felix Larriba Catalán, psicólogo-psicoterapeuta


    Los últimos meses, años ya, han puesto a prueba nuestra capacidad para tolerar pérdidas, en algunos casos han sido tan grandes, que se ha acumulado la tarea de darles un sentido constructivo a las mismas. Las más notables sin duda, son las derivadas pérdidas de seres queridos, seres amados que han dejado un vacío en nuestras vidas difícil de cubrir, que junto a la pérdida nos han dejado un sentimiento de profunda tristeza.


Pero no han sido las únicas pérdidas, si bien estas quien las ha sufrido han podido eclipsar todo el resto; en este periodo, el miedo junto a la incertidumbre, al futuro nos ha hecho perder la seguridad que teníamos sobre nuestra estabilidad, tanto en la salud como en otros aspectos más prosaicos, pero igual de importantes para nuestra supervivencia como los aspectos económicos; por otra parte, en algunos casos la falta de lazos de comunicación directos cuerpo a cuerpo nos ha privado del principal soporte que como seres humanos tenemos, la piel.


Son pérdidas que han dejado huellas en nuestros afectos y seguridad, que inevitablemente dejan un pozo de tristeza en nuestro corazón. Otras pérdidas mayores o menores, de las que cada uno puede dar cuenta, han venido a engrosar el número de actividades que han quedado en el aire, por lo tanto, nos hemos privado de las mismas así como de la gratificación que las mismas nos producían: un partido de futbol con los amigos, compartir momentos con nuestros grupos, las risas que surgen de las reuniones donde todos nos sentimos relajados y vivos, subir a la montaña a caminar, compartir el café con nuestras compañeras del colegio, y tantas otras; que cuando se suman, hacen que esas pequeñas pérdidas una a una se hayan convertido en fuente de tristeza o pesadumbre.



"La forma en que abordamos una situación, llamemos complicada, va a determinar de alguna manera el aprendizaje que obtengamos de la vivencia misma"



Las emociones están allí para ser sentidas, para dotar a la vida de brillo y colores, pero también son un potente informador de lo que nos ocurre, junto con las sensaciones corporales son la fuente más directa de contacto con lo que nos pasa y como lo estamos viviendo, como nos está afectando. Hay en ocasiones que las mismas, provocan ciertas reacciones en nosotros como el miedo, el asco, la culpa, la incertidumbre, la tristeza, de alguna manera nos producen un rechazo tan grande que no permitimos sentirlas.


En algunas ocasiones puede ser una respuesta saludable de nuestro organismo, ya que la necesidad de sobrevivir sobresale para protegernos de dichas situaciones, y en esta situación era lo único que podíamos hacer. Negar las sensaciones del cuerpo y esas emociones tan asfixiantes en ese momento, son la base de la creación del trauma del que no vamos a hablar en este artículo.

Sin embargo, no todas las situaciones llegan a ese grado de ponernos en un contexto tan extremo, o bien como adultos tenemos la capacidad de respuesta frente a las mismas, son situaciones en la que la vida nos propone acontecimientos, que nadie voluntariamente elije, así como en algún momento de nuestra vida lo son el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. El que estamos viviendo actualmente responde a esa serie de acontecimientos, en las que no podemos negar su impacto ni escapar del mismo; por lo que inexorablemente debemos hacer frente con respuestas a cada una de esas pérdidas, de lo que teníamos antes de la pandemia, de cómo lo vivimos, como aceptamos y lo que quedó en el camino, tenemos la capacidad de resignificar las pérdidas y desarrollar " hábitos de resiliencia ".

En este sentido nuestras emociones pueden usarse como sensores, cuando aceptamos las sensaciones de nuestro cuerpo, sintiendo la experiencia en cada momento, acogiendo y recibiendo; ¿qué nos están diciendo?, ¿cómo nos hacen sentir? Y de esta manera, podemos preguntarnos; ¿quedarme en esta emoción me hace bien?, es sano para mí?

Si por ejemplo es miedo lo que surge y cierta parálisis de acción, puedo decirme que me está avisando este miedo, hay algo a lo que deba responder, o por otra parte me está indicando que hay algo de lo que me tengo que proteger; ¿una vez que tome nota de lo que este sensor me está informando, es sano para mí esa parálisis? ¿Me hace bien permanecer en esta emoción, más allá de informarme, a la vez que agradezco que haya venido en mi auxilio?


El Mindfulness nos enseña a permanecer en aceptación y ecuanimidad ( Desde la neuroanatomía / Integración oriente occidente)

La tristeza tiene una función social ligada al vínculo que nos hace pertenecer a una comunidad, a un entorno social y como última instancia, formar parte de un todo como seres humanos; está ligada a la pérdida y no sólo cuando se trata de un ser humano, también puede estar relacionada con otras pérdidas, como nuestro perrito, una planta, sino a infinidad de objetos de permanencia tanto material como psicológica con la que nos mantenemos ligados por lazos de afectos.

La misma, lejos de ser vista como algo a rechazar cuando llega de forma natural, la pérdida de esta persona u objeto amado, es necesario permitirnos sentirla como seres humanos sociales, es el pegamento relacional (González, 2017) como así lo llama la psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González en su libro “no soy yo”, que nos hace sentir parte de una comunidad, de pertenecer a una especie y ser parte de este todo, sin el mismo permaneceríamos en aislamiento social y afectivo.

Por ello, privarnos de sentir tristeza, en la pérdida física o afectiva (como puede ser en una ruptura) de un ser querido, o de otro objeto más o menos material, como es el caso de un estilo de vida, un trabajo, incluso un vehículo, una posición social, no puede dejarnos totalmente indiferentes. Si bien como vimos anteriormente, tampoco lo es apegarnos a este sentimiento de forma insana.

Desconectar nuestras emociones y sensaciones de esta pérdida no es sino limitar la aceptación de las mismas y negar a nuesta naturaleza de poder experimentarnos como seres humanos, eso no es sino mutilar nuestra capacidad de vincularnos en el futuro, al hacerlo la respuesta que aprendemos a afrontar una pérdida es la de “no sientas” cortando la conexión entre el sufrir y el sentir corporal. De esta manera le digo a mi cuerpo, mejor la próxima vez no me vinculo, así no siento para no sufrir, este es el mensaje que aprende nuestro cuerpo.

El costo de este aprendizaje de desconexión, va más allá del presente, ya que de alguna manera cortamos los lazos con nuestros propios sentimientos y por extensión con el mundo. Un pago demasiado alto como personas sociales para evitar un malestar pasajero, por no dejar que el libre fluir de la tristeza, desemboque de forma natural su curso hasta el mar.


Las emociones tienen la cualidad de fluir (Gros, 2013), nos informan de una necesidad, son los sensores para entender el mundo y a nosotros mismos, pero para que esto suceda debemos darnos el permiso de poderlas sentir, para ello es necesario aceptar nuestras sensaciones corporales.


Como una primera pregunta, cuando la tristeza, que es la emoción que estamos juntos revisando en este escenario, se queda alojada de forma prolongada, debieras preguntarte ¿es sano para mí permanecer ahí? … Y la respuesta a esta pregunta es única e intransferible, es personal y no tiene como válida una opción, dependerá de la situación vivida, de los vínculos con la persona u objeto perdidos, así como de la propia estructura de carácter.


Comúnmente, de antemano podríamos responder que no es muy constructivo permanecer en emociones socialmente digamos “desagradables”; y aquí es cuando viene esta segunda pregunta ¿Tiene sentido para mí permanecer en esta emoción?, es más ¿puedo elegir que y cuales emociones no sentir? Y la respuesta a esta pregunta está ligada a ¿Hay congruencia entre esta emoción y mis sensaciones corporales? Y esta otra:

¿qué me digo sobre ello y que hago con ello?

Son respuestas que de forma natural cada quién va a poder responder con un poco de paciencia, cuando se ha permitido sentir cada una de las pérdidas, sin necesidad de un terapeuta, cuando la situación vivida puede ser digerible de forma natural con el apoyo social que nos brinda nuestra comunidad, familia, amigos, grupos de afiliación, y cuenta con los recursos noéticos (espirituales) apropiados que cada uno ha desarrollado.


     No siempre lo que pensamos que es bueno parece ser congruente con que tenga sentido en nuestra vida, sin ir más lejos la tristeza, a priori y en la sociedad nihilista actual, habría que rechazarla como si de la peste se tratara, e incluso negarla antes de que aparezca. Y si bien esta actitud a corto plazo tiene beneficios innegables a un nivel superficial o fáctico, al mismo tiempo el rechazarla nos priva de las funcion que tienen las emociones como sensores, así como de la necesidad física y afectiva de ser expresadas, es una energía que de no expresarse va a quedar estancada, corroyendo por dentro la necesidad de establecer vínculos con los demás, e incluso si esta dosis por represión de la misma alcanza un nivel de almacenamiento considerable llegar a los propios órganos, recordemos que la presión arterial alta en algunos casos está ligada a la represión emocional.


Las expresiones “tengo una pena que me parte el corazón” o “me e quedado congelado” haciendo referencia a que no se ni lo que siento, no son solo recursos estilísticos comunes, sino realmente las mismas se alojan literalmente en nuestro organismo, en medicina china la tristeza está vinculada con el pulmón, y este al elemento de la fase metal cuya cualidad energética es la interiorización, no es extraño entonces que se exprese a veces con suspiros, asociado a la mente subconsciente, físicamente la energía se desplaya hacia abajo, hacia la tierra (Felix Larriba, 2020). Según Alexander Lowen, La tristeza en bionergética evoluciona en su expectro hacia el pesar y finalmente en amargura (Lowen, 2014)⁠.

Este ejercicio, que próximamente editaré en vídio, de conexión con la tierra , "RESPIRANDO CON LA TIERRA" puede facilitarte que en estos bloqueos corporales vayan tomando forma las emociones guardadas allí, que puedas relacionarte con ellos. El mismo puede ayudar a que restaures metafóricamente la conexión con la tierra, al llevar la energía hacia arriba, conectar nuestros afectos aquí y ahora, a través de la respiración con la tierra (Felix Larriba, 2022).


Por lo tanto, quizás ahora podamos respondernos a estas pregunta:

¿ Puedo permitirme sentir y expresar la tristeza ? ¿Tiene sentido para mí permanecer en esta emoción, es más puedo elegir que emociónes y cuales no sentir ? ¿ que me digo a mí mismo y que hago con ello ?

La Angustia


Somos conscientes de todas las pérdidas por las hemos pasados estos últimos meses, y si es así, que hemos hecho con las mismas, las hemos dotado de un sano sentido o por otra parte alguna de las mismas o la suma de las mismas, junto con el resto de acontecimientos vividos, nos hacen sentir angustia.


En último caso, de donde procede esta angustia, Las palabra Angustia y Angosto provienen del latín angustus que quiere decir estrecho. En cambio Stress viene del latín strictia que significa comprimido.

Aunque comunmente se la hace equivalente a ansiedad extrema o miedo, ya que es visceral, obstructiva y aparece cuando un individuo se siente amenazado por algo (Ayuso, 1988); Sin embargo, por ser un estado afectivo de índole tan peculiar se lo considera un sentimiento vinculado a situaciones de desesperación, donde la característica principal es la pérdida de la capacidad de actuar voluntaria y libremente por parte del sujeto, es decir, la capacidad de dirigir sus actos.

La angústia ha sido objeto de estudio y mención por parte de grandes filósofos, teólogos, poetas, psicólogos y psiquiatras a lo largo de la historia. A menudo, se percibe como instinto de protección, siendo ella misma la que provoca una perturbación en el individuo.


Es el psicoanálisis quién dentro de los modelos psicológicos le a prestado especial atención, Freud además, al diferenciar angustia de duelo y dolor por sus particulares sensaciones e innervaciones orgánicas, propone como modelo de la angustia la situación del nacimiento, en este último supuesto, en el que se produce un aprendizaje dolorosamente existencial, el registro del momento del origen del mismo quedó encapsulado en el inconsciente. En la clínica, la Terapia de Regresión y Vidas Pasadas propone una técnica de sanación a través del desbloqueo en el que el síntoma quedó atrapado en el inconsciente.


La angustia normal no implica una reducción de la libertad del ser humano, mientras que la patológica refleja una reacción desproporcionada respecto a la situación que se presenta, siendo más corporal, primaria, profunda y recurrente; este tipo de angustia es estereotipada, anacrónica (revive continuamente el pasado) y fantasmagórica (imagina un conflicto tal vez inexistente).

Su sintomatología es bastante extensa, mostrando síntomas de índole somática tales como taquicardia, palpitaciones, dolor u opresión precordial, palidez, exceso de calor, sensación de ahogo, nauseas, dispepsia, sensación de bolo esofágico, pesadez y sensación de hinchazón, frigidez, eyaculación precoz, enuresis, temblor, hormigueo, cefalea, vértigo, mareo, sudoración y sequedad de boca, entre otros (Ayuso, 1988).


La angustia ha acompañado y acompaña al hombre en el curso de su existencia. Para la Filosofía, la mera condición del ser existencial es ya la base de la angustia, o forma parte de la misma en sí.

Cuando la misma se vuelve patológica, es momento de buscar ayuda, te invito que visites los siguientes enlaces:


Entrevista video Felix Larriba Catalán, un mundo de Terapias, pinchar para acceder.





Bibliografía

Ayuso, J. L. (1988). Trastornos de angustia. Barcelona: Ediciones Martínez Roca.

Gonzalez, A. (2017). No soy yo.

Gross, J. J. (2013). Handbook of emotion regulation. Guilford publications.

Felix Larriba, (2022), en edición.

Lowen, A. (2014). La voz del cuerpo. Sirio








Felix Larriba Catalán

Psicólogo-Logoterapeuta, actualmente escribiendo

el libro Psicoenergética y Medicina China con

acupuntura laser, método de salud e intervención



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